¿Qué determina que una persona logre alcanzar las metas que se propone frente a otra que tiende a quedarse siempre a mitad de camino? es algo que quizás nos hayamos preguntado en más de una ocasión.
Hasta ahora se pensaba que dependía de la inteligencia o la personalidad del individuo más que nada, pero se está demostrando cada vez más, que además de estas, lo verdaderamente determinante es la agilidad emocional de la persona.
Pero ¿y qué es esto de la agilidad emocional?
La reconocida psicóloga Susan David lo define como la capacidad para conectar y gestionar nuestro mundo interior -nuestros pensamientos y emociones-, siendo esto, sobre todo, lo que marca la diferencia en que alcancemos o no nuestros objetivos, determinando nuestro éxito profesional y realización personal.
Por lo general, vivimos en un mundo que no nos enseña a mantener una relación sana con nuestras emociones que nos permita vivir en coherencia con nosotros mismos.
Actualmente, nos creemos que tener inteligencia o agilidad emocional es ser capaces de controlar y bloquear las emociones, pero no. Precisamente es estar abiertos a ellas, aceptarlas, ser compasivos y comprensivos con nosotros mismos. No hablamos de controlar sino de gestionar. Ver qué nos dicen las emociones y usar esa información de manera útil para actuar en función.
Hoy día, se habla mucho del pensamiento positivo y de cómo éste puede influir en nuestro comportamiento. El problema radica en que nos han vendido que tenemos que ser felices y estar bien todo el rato. Pero la realidad es que, si alguien quiere tener una vida plena y llena de sentido, también ha de aprender a convivir con el malestar y las emociones negativas.
Vivimos en una sociedad donde, desde que somos pequeños, automáticamente las emociones menos agradables son rechazadas, no permitidas y se nos obliga a bloquearlas de manera inmediata: “no llores”, “no hay que estar triste”, “no lo pienses”, son algunos de los ejemplos.
El problema es que, al bloquearlas, se genera una rigidez emocional, un atasco en nuestro interior, que nos va a impedir funcionar correctamente. Probablemente, esto acabe derivando en nuevos bloqueos y malestares, y sin ser conscientes en la mayoría de ocasiones, acaban generando episodios de ansiedad o depresión, más comúnmente.
Embotellar las emociones, apartarlas en un momento dado, puede ser útil y bueno (Ej: dejar a un lado una discusión q acabas de tener con tu pareja para entrar en una reunión de trabajo) pero no por sistema y de manera continuada como solemos hacer. Aceptemos que la vida nos va a traer dificultades, obstáculos que no vamos a poder ignorar y, por tanto, emociones complicadas a las que vamos a tener que hacer frente.
Por lo general, debajo de las emociones que más malestar nos generan están las cosas que más nos importan (Ej: Me siento muy culpable porque trabajo demasiadas horas à no puedo estar suficiente tiempo con mis hijos, que son lo que más me importa). Cada emoción difícil que nos cuesta soportar y manejar, tiene debajo una perla de grandísimo valor. Por lo que, cuando evitamos esta emoción desagradable, estamos desatendiendo aquello que más valoramos. (Si yo esa culpabilidad no la admito y no la atiendoà Nunca voy a poder ponerle solución y conseguir hacer algo distinto para pasar más tiempo con mis hijos).
Por ello, seamos lo suficientemente valientes para poner nuestras emociones en el centro de nuestro universo y reconocer toda la gama que convive dentro de nosotros. Dejemos de ignorarlas. No para resignarnos y conformarnos con aquellas que no nos gustan, sino para, desde una actitud de escucha y comprensión con nosotros mismos, ver qué nos pasa y conocer qué andamos necesitando y poder así ponerles solución actuando desde la raíz del problema.