Si cuando nacemos actuamos de manera natural, exteriorizando lo que sentimos sin reparo ni filtro alguno, ¿qué es lo que nos ocurre para que, a partir de un momento determinado, dejemos de hacerlo?
Las personas venimos al mundo muy necesitadas de una figura adulta que se haga cargo de nosotros, para que nos ayude en todo aquello para lo que aún no estamos preparados. Los bebes y niños, la manera más habitual que tienen de expresarse es, por lo general, a través del llanto y de la queja para informar a sus cuidadores de que algo les pasa. Puede ser por una necesidad básica (hambre, sueño, calor…), o por algo más relacionado con el ámbito emocional (miedo, necesidad de amparo y seguridad, frustración…). Esperan que el adulto les ayude con la situación en sí y con lo que ésta les está haciendo sentir a nivel emocional.
En la mayoría de ocasiones, la respuesta del adulto suele ser bastante acertada, intuyendo qué les ocurre y poniéndole solución. Pero desde los inicios, y a medida que vamos creciendo y desarrollándonos, hay determinadas situaciones en las que, o no hay un adulto presente para ayudarnos, o si lo hay, no actúa de la manera que realmente necesitamos en ese momento.
Y es precisamente aquí, cuando empiezan a generarse esas pequeñas “fallas” en nosotros, que todos, sin excepción de nadie, tenemos.
Veámoslo en un ejemplo:
Un padre va con su hijo al parque de atracciones, lugar en el que todo niño anda absorto con cada uno de los rincones. Abarrotado como suele estar siempre, el niño se queda embobado con algo, se despista de la mano de su padre y se pierde. Ambos, padre e hijo andan angustiados ante la situación. Después de un rato, consiguen reencontrarse y la reacción más habitual que solemos ver es que el padre regaña bruscamente al hijo por lo sucedido.
Aquí la explicación está clara. El niño, después del miedo que ha pasado durante la ausencia de su padre entre tanta gente desconocida, lo último que necesita es una riña y un castigo. Lo ideal sería que recibiese un abrazo y un consuelo ante el nivel de angustia tan alto que trae. Y ya, una vez calmado, sí sería bueno recalcarle lo atento que debe estar ante estas situaciones. Pero en este caso, como en la mayoría de las ocasiones nos pasa a los adultos, reaccionamos en función a nuestra situación interna en lugar de tener en cuenta la del niño. El pequeño, después de la reprimenda y al ver a su padre tan enfadado, en lugar de interpretar que el adulto ha pasado la misma angustia y miedo que él (que es realmente lo que ha sucedido), lo que probablemente adquiera es un sentimiento de “culpa por haberse portado mal” y en futuras ocasiones, en lugar de explorar como debería hacer todo niño, se quede pegado a la pantorrilla de su padre.
Tener experiencias emocionales, tanto en nuestra infancia como a lo largo de nuestro desarrollo o edad adulta, en las que se recibe una reacción/respuesta no oportuna a lo que necesitamos puede generar grandes huellas en nosotros.
Por nimias que parezcan, y más además si se repiten en el tiempo ante diferentes situaciones, pueden generarnos determinadas inseguridades, miedos, bloqueos, interpretaciones erróneas de nosotros mismos, que pueden acabar perpetuándose y formando parte de nuestra forma de ser y nuestra forma de enfrentarnos al mundo, si no se interviene a tiempo.
¿Por qué? Porque estos bloqueos, estas interpretaciones erróneas de nosotros, que en el momento en que aparecieron sí tuvieron su lógica y sentido, si no se revisan, van a seguir presentándose de manera automática en situaciones donde no corresponden, donde no es necesario y no proceden, generándonos como es de esperar, alguna dificultad determinada, impidiendo una adaptación sana y una apertura a lo nuevo.
Por este motivo, es interesante que cada uno se trabaje sus dificultades actuales para así conocer de dónde proceden. Tomar conciencia de aquellas cosas automáticas que nos salen sin querer, es el primer paso para poder tomar cierto control sobre ellas. Démosle el entendimiento y sentido que tuvieron en su momento esos automatismos para poder controlarlos y que dejen de lastrarnos y entorpecernos nuestro día a día.
Es momento de preguntarnos: ¿Por qué soy tan inseguro?, ¿de dónde vienen mis bloqueos?, ¿por qué tengo estos prontos?, ¿por qué…? ¿por qué…?