Hasta ahora, todos sabemos que el hambre es una señal fisiológica a la necesidad de comer y alimentarnos. Sin embargo, poco se habla de este otro tipo de hambre: el hambre emocional. Aparentemente, parece que son dos cosas sin relación, pero la comida y las emociones están mucho más ligadas de lo que creemos.
Desde que se nace, en nuestra sociedad, el pecho y el biberón (y, por ende, el chupete) además de la necesidad biológica de alimentar, como es evidente, se usa mucho como recurso para calmar y relajar al recién nacido. El bebé llora, está nervioso, algo le ocurre, pero no identificamos muy bien qué es. Sabemos que no es hambre, pero igualmente acudimos a alguno de estos recursos para intentar tranquilizarlo. Por tanto, ya desde nuestros primeros días de vida, tenemos muy relacionada la comida y la alimentación con la gestión de nuestro mundo emocional y muy asociada a los vínculos de apego y seguridad.
Debido a esto, no sonará raro que, en muchas ocasiones, nos veamos comiendo, no por hambre o necesidad real, sino por un llamamiento más a nivel emocional, por algo que tiene que ver con nuestro mundo interno:
- A veces, ante preocupaciones y angustias, para tranquilizar y relajar esa ansiedad.
- En otras, ante una sensación de vacío, de soledad, que necesitamos rellenar con algo; en este caso, la comida.
- Hay ocasiones también en las que el dolor, tristeza o sufrimiento se alivia tratando de contrarrestarlos comiendo.
Lo complejo de todo esto es que es algo instintivo, algo de lo que no solemos ser conscientes, por tanto, es crucial aprender a diferenciar ambos tipos de hambre para empezar a tener control sobre ellas:
HAMBRE FÍSICA
- Aparece gradualmente
- Se puede esperar para saciarla
- Se calma con cualquier alimento
- Una vez satisfecha, se para
- Bienestar cuando se acaba
HAMBRE EMOCIONAL
- Aparece repentinamente, sin aviso
- Hay que satisfacerla de inmediato
- Se sacia con antojos específicos
- Se continúa, aunque se esté lleno
- Culpabilidad e insatisfacción al finalizar
Ahora, una vez que las sabemos identificar, lo más importante: ¿qué podemos hacer cuando se trate de hambre emocional?
- Darle el significado real que tiene a lo que estamos viviendo. Aclararnos que no es hambre física, sino algo que se está despertando a nivel emocional. ¿Qué me pasa? Intentar conectar con la emoción que se tiene. Identificar y aceptar aquello que nos pasa, por incómodo que resulte.
Por ejemplo: No es que necesite comerme una tarrina de helado, sino lo que me pasa es que estoy nervioso/a. - Pensar de dónde viene esa emoción, ubicar el motivo que lo está generando.
Por ejemplo: Quizás estos nervios vienen de que mañana tengo una reunión de trabajo. - Una vez identificado, pensar porqué está ahí esa emoción. Qué nos está queriendo decir, qué significa, qué está haciendo que sintamos eso.
Por ejemplo: Estoy nervioso/a ante la reunión porque temo hablar en público, que me juzguen y me valoren, y no estar a la altura delante de mi jefe.
Recuerda que, lo importante no es tanto si consigues esquivar o no esa tarrina de helado. Lo exitoso será que te detengas a hacer este ejercicio mental para conectar con aquello que realmente te está pasando y tomar consciencia cada vez más de qué lo produce. No enmascaremos la emoción que sentimos con alimentos varios. Utilicemos estas señales como puente para ir a la raíz de lo que nos pasa y trabajar para ponerle solución a aquello que debemos cambiar y mejorar.